"Guia del Autoestopista Galactico"

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Douglas Adams ha creado un libro de lujo a la carta. Le ha salido una historia redonda. Tranquilamente puedo decir que este primer tomo de su «trilogía en cinco partes» ya es uno de mis libros favoritos, de esos a los que no puedes evitar volver una y otra vez.
Y es que es mucho más que ciencia ficción. El libro esconde casi detrás de cada personaje y situación argumentos realmente inteligentes.

Me fascina el Pez Babel y su manera de justificar la no-existencia de Dios;
el recital de poesía de los Vogones y las cuatro muertes súbitas que provoca;
el relato de la preocupación existencial que sufre un tiesto de petunias apunto de caer al suelo;
la profunda tristeza que envuelve al pobre Marvin, el robot maniaco-depresivo, a lo largo de todo el libro;
el orgullo con que Slartibartfast cuenta cómo diseñó los perfectos bordes de los fiordos Noruegos (y cómo inclusó ganó un premio por ello… pero ¡qué genialidad!);
la frase de Arthur que se cuela por un agujero en el continuo espacio-tiempo y llega hasta otra dimensión en la que “se carga” a una especie entera porque esas palabras resultan ser un gran insulto para ellos;
En fin,
me gusta pensar que vivo en un planeta que fue proyectado por Pensamiento Profundo (que admite hábilmente ser el segundo ordenador más inteligente del universo, después de la futura Tierra);
Y me gusta pensar que la Tierra es muchas más cosas…
Que fue un planeta encargado “a la carta” por los ratones, que son en realidad los amos del universo y los que experimentan con humanos en laboratorios;
Que fue construído por los arquitectos de Magrathea (sede de la construcción de planetas de lujo a la carta). Aquí tengo que destacar la sutileza con la que Adams ha “dormido” a todos los habitantes de Magrathea: cuando Arthur conoce a Slartibartfast (el arquitecto que creó Noruega) éste le explica que Magrathea está en paro por la gran recesión económica galáctica. Ya nadie puede permitirse encargar planetas de lujo (casi casi como ahora)
Finalmente fue un planeta que habitaron los humanos (sí, esos a quienes los delfines intentaron comunicarles la inminente destrucción de la Tierra y lo único que entendían los humanos era que querían jugar con la pelota y no paraban de tirársela), por lo que terminaron desistiendo y diciendo:
“Hasta luego, y gracias por el pescado”

-Luka- (está maravillada y deseando cenar en El Restaurante del Fin del Mundo)

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