– Ensayo sobre el encuentro perfecto –
El domingo después de ver Antes del Amanecer pensé que ahí se decían muchas de las grandes verdades sobre el amor, presentando el encuentro romántico perfecto entre dos seres desconocidos. También pensé mucho en Saramago, y en su particular manera de poner a la sociedad en situaciones límite y ver cómo reaccionan ante ellas todos sus personajes, una vez ciegos, otra lúcidos...
Y junté ambos pensamientos.
Pensé en una sociedad en la que sólo fuéramos capaces de desarrollar relaciones amorosas que durasen horas... convirtiéndonos todos en el amante perfecto, cada día con alguien diferente: una tarde en París recordando Rayuela; un viaje fugaz a Praga sólo para caminar por donde una vez pasearon los protagonistas de La Insoportable levedad del Ser; en Nueva York cenando juntos y hablando de Auster; coger un avión a Tokyo y sentirte el centro del universo. Tokyo para ti y para mí. Todo para nosotros durante unas horas. Un tú y un yo transitorios. Porque la perfección de esos encuentros los limitaba a ser breves per se –los suficientemente breves como para que ninguno de los amantes (ya no se llamarían ciudadanos, sino amantes) mostrase sus miserias–.
Sería la manera de vivir sólo en las cimas... No habría búsqueda, ni espera, ni deseo insatisfecho, ni decepción, ni engaños, ni daño emocional. Todas nuestras proyecciones románticas idealizadas hechas realidad. Serían vínculos momentáneos pero infinitos, proclamados en el discurso de unas horas. Nos recordaríamos los unos a los otros como "la chica con la que estuve en los Alpes recordando a Vila-Matas y leyendo fragmentos de El Mal de Montano, que ambos habíamos leído" o "el chico con el que me encontré en Dresde para recordar lo mucho que viajó Billy Pilgrim" o "la chica de Noruega con la que vi pasar unos perros y ambos pensamos que no podían ser otros que los perros de Tesalónica" o "aquel chico junto al que soñaba que un día tendríamos un perro y le llamaríamos Momo".
Un día, uno de esos personajes del Ensayo sobre el encuentro perfecto que nunca escribió Saramago, se despierta y, asustado, descubre que ha soñado con los vínculos fuertes, con aquellos amores que duran mucho tiempo, con todo lo que la sociedad real no le proporcionaba. Lejos de aburrirse y de sentirse abatido por las imperfecciones de su pareja en ese largo romance que ya duraba años (minutos en el sueño), siente que disfruta de esa relación duradera. De repente se siente enamorado no ya del lado bueno de ella, que ya lo cautivó desde un principio, sino de todas sus imperfecciones que la hacen única. Sueña que siente un amor irracional por todo aquello que antes le parecían defectos. Se enamora cada vez más de la imperfección del otro y eso le hace inmensamente felíz.
Pero despierta. Y se da cuenta de que sigue en esa sociedad efímera de encuentros espontáneos que no paran de llegar pero que tampoco paran de marcharse.
Lo bueno es que sabe que duerme cada noche y que su sueño del amor que sí dura, volverá a aparecer; y eso le tranquiliza.
Luka
Y junté ambos pensamientos.
Pensé en una sociedad en la que sólo fuéramos capaces de desarrollar relaciones amorosas que durasen horas... convirtiéndonos todos en el amante perfecto, cada día con alguien diferente: una tarde en París recordando Rayuela; un viaje fugaz a Praga sólo para caminar por donde una vez pasearon los protagonistas de La Insoportable levedad del Ser; en Nueva York cenando juntos y hablando de Auster; coger un avión a Tokyo y sentirte el centro del universo. Tokyo para ti y para mí. Todo para nosotros durante unas horas. Un tú y un yo transitorios. Porque la perfección de esos encuentros los limitaba a ser breves per se –los suficientemente breves como para que ninguno de los amantes (ya no se llamarían ciudadanos, sino amantes) mostrase sus miserias–.
Sería la manera de vivir sólo en las cimas... No habría búsqueda, ni espera, ni deseo insatisfecho, ni decepción, ni engaños, ni daño emocional. Todas nuestras proyecciones románticas idealizadas hechas realidad. Serían vínculos momentáneos pero infinitos, proclamados en el discurso de unas horas. Nos recordaríamos los unos a los otros como "la chica con la que estuve en los Alpes recordando a Vila-Matas y leyendo fragmentos de El Mal de Montano, que ambos habíamos leído" o "el chico con el que me encontré en Dresde para recordar lo mucho que viajó Billy Pilgrim" o "la chica de Noruega con la que vi pasar unos perros y ambos pensamos que no podían ser otros que los perros de Tesalónica" o "aquel chico junto al que soñaba que un día tendríamos un perro y le llamaríamos Momo".
Un día, uno de esos personajes del Ensayo sobre el encuentro perfecto que nunca escribió Saramago, se despierta y, asustado, descubre que ha soñado con los vínculos fuertes, con aquellos amores que duran mucho tiempo, con todo lo que la sociedad real no le proporcionaba. Lejos de aburrirse y de sentirse abatido por las imperfecciones de su pareja en ese largo romance que ya duraba años (minutos en el sueño), siente que disfruta de esa relación duradera. De repente se siente enamorado no ya del lado bueno de ella, que ya lo cautivó desde un principio, sino de todas sus imperfecciones que la hacen única. Sueña que siente un amor irracional por todo aquello que antes le parecían defectos. Se enamora cada vez más de la imperfección del otro y eso le hace inmensamente felíz.
Pero despierta. Y se da cuenta de que sigue en esa sociedad efímera de encuentros espontáneos que no paran de llegar pero que tampoco paran de marcharse.
Lo bueno es que sabe que duerme cada noche y que su sueño del amor que sí dura, volverá a aparecer; y eso le tranquiliza.
Luka
Comentarios
Pues sí.
Yo también me quedo con "la realidad".