Día 1... [30 días en Mysore]




7:00 am

Son las 08:10 de la mañana en el aeropuerto de Kadhdhoo (Maldivas, atolón Laamu). No es casualidad que mientras le doy al play del iPod y suena como primera canción del día, “Time” del Dark Side of the Moon, hay un hombre en frente de mí que pasa la hoja en el calendario de la pared. En Maldivas y en otros mucho países hoy es sábado 1 de abril. No viernes. Porque los viernes son sus sábados y los sábados sus domingos, por lo que todas las semanas del calendario empiezan un domingo. El domingo es su lunes. 

Para mí es viernes, dejo atrás tres meses en esta curiosa isla de Gan. Sólo hay algo más bonito que ver las Maldivas buceando y es ver todo el despliegue de atolones e islas cuando te alejas o llegas en el avión. Cuando llegué estaba nublado. Hoy el cielo tiene nubes blancas y pomposas pero no molestan la panorámica. 


Maldivas es el país más bajo el mundo. He leído que casi el 80% de las tierras son islas de coral que tan sólo se elevan 1 metro sobre el nivel del mar.   
Siempre le decía a Diego que era el mar más bonito en el que me había bañado. Bueno, lo cierto es que no es un mar ni un océano, nos bañábamos en el interior del atolón, por tanto era un lago. 



Fuente: https://zco1999.wordpress.com y Wikipedia


Leo una de las teorías de su formación, no la única: cuando la placa índica empezó su desplazamiento tectónico separándose de Madagascar y comenzando a chocar contra el continente eurasiático –movimiento que también formó los Himalayas y la meseta del Tíbet– arrastró en su deriva continental la corteza oceánica sobre un auténtico hot-spot en el que una serie de erupciones volcánicas habría de dar lugar a las casi 2000 islas que ahora forman Maldivas. País por cierto en peligro de desaparecer por el cambio climático, tal vez tan sólo en 100 años.
No tengo ni idea de geología, pero es fácil entender que las erupciones volcánicas cubiertas luego por el océano den lugar a estas islas coralinas. Los corales se agolpan en lo que una vez fue la cresta del volcán y ahora es el atolón. Esto explica también que las laderas volcánicas (ahora profundidad oceánica) caigan hasta los 3000 metros por fuera del atolón.
De lo que no hay duda es de que son un paisaje espectacular. 




Aeropuerto de Male


Lo que me llevo son la gente de Nepal, de Lanka y de India que trabaja en el hotel. Sobre Gan y sus gentes, los locales, las calles, las mezquitas, los local cafe, los niños, los boat crew, se conjuga todo en un mezcla a veces algo caótica, en todo caso siempre amable. 

Faltan perros y sobran cuervos. Hay otros, como este de la foto, que me han conquistado. La fauna maldiva da para otro escrito.


Fuente: 
Wikipedia


Hay siempre algo que hace que el paraíso no sea perfecto. En este caso, el trinomio turismo-hotel-gestión de residuos deja mucho que desear. Me aguarda la duda de si todavía queda alguien que quiera hacer las cosas bien. A ellos les daría todas las licencias. Sé que si me hubiera quedado más tiempo hubiera sido traumático seguir viendo la realidad sin poder hacer nada. Igual no es nada comparado con lo que pasa en otros países –diréis–, o tal vez estoy hablando de más, desde luego la impresión que tengo tras los 3 meses que he pasado allí es que la conciencia ecológica muy arraigada no está. Nosotros estamos, como todo los trabajadores de temporada, destinados a coger el avión de vuelta sin mucho más que hacer.


Fotografía tomada con un drone ayer jueves 31 de marzo: Diego y yo, paddleboarding.



Namaskar

Ahora comienza un mes intenso de preparación para el primer nivel de Instructora de Yoga. Sentada en el airbus A321 de Air India contemplo a la mujer maldiva ya mayor sentada a mi lado que no se corta en eructar 3 veces seguidas –sólo las primeras de la retahíla que tendríamos todo el viaje–.

Aterrizando en Bangalore ya no hay atolones, sino una nube gris industrial que cubre la gran ciudad. El señor de inmigración que chequea mi visado me dice: "debes venir en paz, vienes para un propósito muy noble". Y luego me felicita por ser profesora de español, "un gran idioma y cultura, en expansión y crecimiento".
El taxista de la escuela del que no consigo recordar ni pronunciar su nombre –totalmente ilegible entre tanto claxon– está esperándome con el cartelito de Yogadarshanam.
Cuatro horas de camino separan de Mysore. Para el pobre conductor una paliza, sobre todo teniendo en cuenta que lleva más de dos horas esperando mi llegada –el avión se ha retrasado 1 hora y media–. Para mí, un primer contacto con India bestial. Saliendo del aeropuerto… Estímulos, luces, colores, millones de motos, unas mujeres en sarees de colores brillantes en la puerta de un Decathlon, cruzamos el cinturón de la ciudad, más pitidos, coches, semáforos que nadie respeta, gente cruzando, pasamos a los barrios un poco más deprimidos, mercados, más luces, más colores, templos, elefantes, adornos, más sarees, predomina el amarillo, me recuerda a veces a Bangkok. Pero este caos es más calmo. En una calle de un sólo sentido una vaca descansando tumbada en la acera parece que me sigue con la mirada. Muchos pequeños templos, a ambos lados, poca gente en tejanos, pero alguno hay, otra vaca cruzando la calle. Pienso en Marta, que me avisó de que era otro planeta. Es fascinante, y me quedo con esa imagen, cómo las mujeres visten con esos colores combinados de forma tan elegante, remarcando el perímetro de su ojo con el fuerte lápiz negro que contrasta con el color dorado de sus anillos, pendientes, collares y adornos. No llevan pañuelo. 

El resto del camino se hace de noche y se convierte en el mismo ajetreo pero ahora alumbrado por neones. En un punto la carretera se convierte en autopista que conecta con Mysore. Paramos a que el taxista del que no recuerdo el nombre tome un Chai Tea y continuamos el camino, tan sólo ya a 45 km de Gokulam (Mysore). El último tramo me he debido de quedar dormida y, como si hubiera terminado la función y todo se hubiera apagado, en la zona residencial en la que está la escuela, sólo hay silencio. 

Todo el mundo me había alertado de que tendría el sonido de los coches pitando hasta que me marchase de aquí. Lo cierto es que aquí no se oye nada. Es media noche y me siento muy bien. 

¡Empezamos!





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